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La Reconciliación, una manifestación del Amor inagotable de Dios.

Ser católico es vivir la vida muy de la mano de Dios, ser católico es asumir como norma de vida la misma vida que Cristo vivió, ser católico es irradiar a todos los que caminan junto a mi aquella vida de gracia en la que el Espíritu de Dios se nos da.

Este es el ideal de vida al cual todos los que nos llamamos católicos aspiramos, muchas veces y de distinta manera por cierto se ve oscurecido por aquella otra triste realidad que lamentablemente camina también junto a nosotros, el pecado.

Ese pecado, que hace que el hombre vaya perdiendo de vista el horizonte de vida al cual se encuentra llamado.

Todos somos conscientes de lo terrible que es el pecado, sin embargo incurrimos en el, esto es lo más triste, sabemos lo malo que es el pecado, pero no somos capaces de alejarnos de el. El problema, o mejor dicho nuestro problema es que casi siempre confiamos en nosotros mismos, esto es en nuestras solas fuerzas, pensamos que solos podemos hacerlo todo, y la verdad es que con tristeza descubrimos, que no es así. Somos seres necesitados, del amor de Dios, de su gracia.

Si hay algo que no debemos olvidar es el hecho de que “los cristianos estamos llamados a la santidad”; y para alcanzarla, es claro que hay que vivir en gracia de Dios; es verdad, y lo venimos diciendo, podemos perder la gracia bautismal por el pecado mortal, que mata la vida sobrenatural del alma y rompe la amistad y la comunión con Dios. De allí que el Papa Juan Pablo II, siempre nos recordaba que el pecado, es un acto suicida, porque ante todo, el hombre se daña a sí mismo, destruyendo toda obra buena.

Y es así , entonces que “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom. 5, 20) No hay pecado que Dios no quiera perdonar a través de la Cruz de su Hijo, si nos arrepentimos de él: el arrepentimiento, el reconocimiento del pecado, es ya la puerta del perdón, no olvidemos que El Señor Jesús ha instituido el sacramento de la penitencia, que se llama también y muy adecuadamente "Sacramento de la Reconciliación" o Confesión, para perdonar los pecados cometidos después del Bautismo y abrirnos así la puerta a la reconciliación con Dios.

El Señor ha venido a ocuparse de los pecadores: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a penitencia” (Lc. 5, 32) . Y el mismo nos ha explicado el amor que está dispuesto a derrochar para quien lo necesite en las parábolas de la oveja descarriada, de la dracma perdida y del hijo pródigo, que recoge juntas San Lucas.

El amor de Dios es inmenso, basta echarle una mirada a la parábola del hijo prodigo, y lo que descubriremos es la descripción de un Dios que por sobretodo es Padre y como tal se deshace de amor por sus hijos. … En ella vemos como Dios ama tanto que no toma en consideración lo que nosotros, sus hijos, en muchas ocasiones asumimos como respuesta.

Esta parábola es la más larga y también la más bella en ella se nos narra la historia d aquel hijo, que cansado de vivir junto a su padre, solicita la parte de su herencia y se va. Cuando le van mal las cosas decide volver a su casa para poder comer. Su planteamiento no es muy noble, porque está arrepentido por el hambre que pasa. Pero el centro de la parábola es este en el que el padre sale al encuentro del hijo.

Así sucede con Dios: siempre está dispuesto a perdonarnos y a tratarnos como hijos que vuelven a su amistad. Y por su misericordia, ha querido establecer un medio especial para que podamos expresar nuestro arrepentimiento y estar seguros de su perdón, es la RECONCILIACIÓN o la confesión sacramental. Dios ha querido que la Iglesia, en su nombre, a través del misterio de la muerte de Cristo, perdone los pecados. Dios quiere que acudamos a este sacramento, siempre que tenemos conciencia de haber cometido un pecado grave.

No cabe duda que el amor de Dios es infinito, siempre está dispuesto a salir a nuestro encuentro, para brindarnos todo su amor, dejémonos ganar por su amor, no pongamos obstáculo a su gracia, recordemos que sólo alcanzaremos la verdadera felicidad de la mano de Dios.

Posteado por Marco Alberca 7:29 p. m.  

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