Cada día que pasa, veo que mis hijos van dejando de ser niños y se van convirtiendo en personas adultas, esto, provoca en mi una serie de sentimientos encontrados: me entristece, porque siento que aquella etapa en la que ellos tan pequeños y necesitados de cariño, me buscaron, tal vez, no supe responder como debía y ahora siento pena y nostalgia de no haber sabido gozar junto a ellos de aquellos momentos tan singulares. Me alegra, saber que van saliendo adelante y que como personas se van haciendo de un espacio en la vida, me asusta, el pensar que tal vez no he sido para ellos el padre que por sobre todas las cosas, testimonia con su vida que si se puede ser feliz,
me ilusiona, el
saber que algún día ellos formaran sus propias familias y que pondrán en práctica muchas de las cosas que vivieron en su hogar, me enorgullece saber que Dios me ha concedido la gracia de ser padre como Él, de tener los hijos que tengo y de poder guiarles y acompañarles en este gran camino de la vida.
Que grande y delicado es ser padre, es ahora, cuando empiezo a darme cuenta y a valorar lo importante que es prepararse para serlo, y es que no es cuestión de traer hijos a mundo, la tarea de ser padres va mucho más allá, requiere amor, mucho amor, tiempo, responsabilidad, apertura, dialogo, transparencia, alegría, en cortas palabras se requiere poner en practica todos los valores que puedan ayudar a nuestros hijos a crecer no solo en físico sino como personas. De allí que como padres debemos prepararnos poniendo todos los medios posibles que nos permitan llegar a ser aquello que queremos y debemos ser para nuestros hijos: “sus primeros y grandes educadores”.
Nuestro santo padre Bendicto XVI , en su misa conclusiva del v encuentro mundial de las familias nos recuerda a todos los padres de familia que “ningún hombre se ha dado el ser a sí mismo ni ha adquirido por sí solo los conocimientos elementales para la vida. Todos hemos recibido de otros la vida y las verdades básicas para la misma, y estamos llamados a alcanzar la perfección en relación y comunión amorosa con los demás. La familia, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, expresa esta dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral.
Cuando un niño nace, a través de la relación con sus padres empieza a formar parte de una tradición familiar, que tiene raíces aún más antiguas. Con el don de la vida recibe todo un patrimonio de experiencia. A este respecto, los padres tienen el derecho y el deber inalienable de transmitirlo a los hijos: educarlos en el descubrimiento de su identidad, iniciarlos en la vida social, en el ejercicio responsable de su libertad moral y de su capacidad de amar a través de la experiencia de ser amados y, sobre todo, en el encuentro con Dios. Los hijos crecen y maduran humanamente en la medida en que acogen con confianza ese patrimonio y esa educación que van asumiendo progresivamente. De este modo son capaces de elaborar una síntesis personal entre lo recibido y lo nuevo, y que cada uno y cada generación está llamado a realizar.
En el origen de todo hombre y, por tanto, en toda paternidad y maternidad humana está presente Dios Creador. Por eso los esposos deben acoger al niño que les nace como hijo no sólo suyo, sino también de Dios, que lo ama por sí mismo y lo llama a la filiación divina. Más aún: toda generación, toda paternidad y maternidad, toda familia tiene su principio en Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.”
Padres, no deleguemos en otros esta nuestra gran misión, asumámosla con ilusión y valentía, nuestros hijos necesitan más a sus padres que a sus vecinos, amigos o maestros, somos nosotros los padres quienes debemos caminar muy junto a ellos acompañándoles en este su recorrido de la vida.
Posteado por Marco Alberca
5:29 a. m.
0 Comments:
Post a Comment